Hace un año, para ser exactos el 27 de abril del 2010 falleció, por envenenamiento, la mascota que más había querido hasta el momento: la adorada Mina. Era una Golden Retriever hermosa, color café claro, de 6 años de edad. En su último año de vida contrajo una enfermedad común de su raza y de otras "razas grandes" que les daña la cadera y los deja sin la posibilidad de caminar bien. El veterinario le recetó una medicina para retrasar los daños de la enfermedad y otra para aminorar sus dolores.
En el patio de mi casa, hay una pollería que es de mi tío. Está ahí pues la casa es herencia de mis abuelos y él la puso antes del fallecimiento de mi abuelita; por lo que al fallecer la abuela, la pollería se quedó allí aunque nosotros nos fuimos a vivir a esa casa. En el mismo patio, en la parte de atrás, el suele arrumbar todo lo que no le sirve, incluyendo alimento para pollos de hace muchos años, lo que lo hace un lugar propicio para la llegada de roedores no deseados.
Mina, aún con esta enfermedad, seguía siendo el mismo animal juguetón, tierno y amable de siempre. La diferencia era que, como ella solía pasar las noches en el patio y cazar cualquier tipo de roedores e insectos y al ser diagnosticada con esta enfermedad, por recomendación del veterinario, pasaba las noches dentro de la casa para que sus huesos no se resintieran por el frío, haciendo, aún más propicia, la reproducción de los roedores pues Mina ya no podía cazarlos.
Fue entonces que los roedores estaban tomando el control del patio y de la pollería del tío. Se le ocurrió (al tío) poner veneno pues la mayoría de las veces Mina dormía adentro por sus condiciones físicas.
Un día (26 de abril del 2009), Mina no durmió dentro de la casa pues no hacía frío y a ella le gustaba más pasar la noche fuera que dentro de la casa; coincidió, con que el tío no avisó que había puesto veneno para las ratas que seguían tomando el control. Pero eso lo supimos hasta el día siguiente, que al regresar de la escuela, fui recibida en voz de él mismo que Mina había amanecido muerta en la pollería.
Fue probablemente el peor día de mi vida (hasta ese entonces); porque además de que no vi venir su muerte -no de esa manera- estaba sola en la casa, pues en ese tiempo mi mamá llegaba una hora después de mi, por lo tanto no tenía con quien desahogarme, quien me abrasara, sólo estaba mi tío y el cuerpo de Mina en la parte de atrás del patio cubierto por un plástico azul. Además de que fui yo quien le tuvo que dar la mala noticia a mi hermano y a mi papá a larga distancia.
Hasta esos días, nunca había llorado tanto. Se sentía su ausencia por toda la casa y la extrañaba demasiado, más a la hora de la comida porque se había vuelto mi única compañera ya que, como mencioné anteriormente, mi mamá llegaba una hora después y no la podía esperar pues me tenía que ir a entrenar temprano.
Ante la problemática de los roedores invasores, mi papá pensó que traer unos gatos a la casa sería una buena solución. Yo me negué pues, aunque no quisiera, serían otras mascotas y estaba muy reciente el fallecimiento de Mina como para tener otras mascotas en casa. También me opuse porque Mina ya era parte de la familia y al traer otros animales a la casa, sentía que serían usados como un reemplazo o algo por el estilo.
Si no mal recuerdo, aproximadamente un mes después del fallecimiento de Mina, habló mi papá por teléfono para decir que ya venían en camino (él y mi hermano) con dos gatitos directamente desde el Estado de México.
La mañana del día siguiente (sábado) ellos aún no llegaban. Me fui a entrenar y cuando acabé, ellos ya habían llegado a casa; fueron a recogerme, mi mamá, mi papá y mi hermano, al lugar donde había entrenado. En el camino a casa, me venían platicando como era que les habían regalado los gatitos y como eran físicamente. También me dijeron que uno era macho y el otro era hembra.
En fin, llegué a casa y sinceramente ya me estaba agradando la idea de tener mascotas nuevamente. Vi a los gatitos, eran hermosos; la supuesta hembra, más tarde llamada Amelie y tras el descubrimiento de que en realidad era macho, después nombrado Gatoa, en memoria a la confusión sobre su género, era atigrado café con panza y patas blancas. El otro gatito, más tarde llamado Félix, es tuxeado y la verdad, siempre me pareció más bonito Gatoa que Félix y todos los que lo conocieron pensaban lo mismo.
Acepté a los gatitos y los empecé a conocer. Gatoa era muy cariñoso, no comía más que sus croquetas, siempre me acompañaba a todos lados y nunca lo hacia para recibir algo a cambio, era un gato muy noble. Por el contrario, Félix siempre andaba pidiendo comida y nunca estaba en compañía de uno; de hecho se la pasaba en la pollería, pidiéndole restos de pollo a mi tío y cuando él se iba, Félix emprendía su viaje a casas vecinas.
Si salíamos, Gatoa acostumbraba seguirte hasta donde pudiese, se regresaba; a tu regreso, él estaba esperándote acostado en la barda. Era algo muy tierno de él, además siempre que yo llegaba de entrenar, se la pasaba conmigo, acostado en mis piernas mientras yo estaba en la lap.
Le agarré muchísimo cariño a Gatoa, realmente lo quería más que a Félix. Pero fue un sábado, aproximadamente medio año después de su llegada, que tuve la mala suerte de ser, nuevamente, la que portaría las malas noticias.
Gatoa era el que más estaba en casa.
Horas después, tras una sensación de angustia, decidí tomar un baño para ver si lograba calmar mi malestar,